En menos de un segundo somos capaces de crear las mas bellas historias, en menos de lo que suspira la tierra recorremos sus rincones saltando de un lugar a otro.
Vivimos en una sociedad donde el contacto se vuelve inmediato, donde basta con un poco de tecnología para conocer a alguien.
El recorria historias, el confiaba en la verdad de esas ficciones ambivalentes, el se enamoro dentro de esa caja de cristal intermitente.
Viajó tantas veces como le fue posible, construyo un sin fin de situaciones, unas cuantas sonrisas y siempre gobernado por el mismo factor, el sublime deseo de volar.
Hasta esa mañana se sintió ingenuo, hasta esa mañana no esperaba nada mas, era mas fácil pensar su vida como un film de esos que uno no entiende hasta que lo vuelve a meditar un par de veces.
La reflexión nerviosa tocaba a la puerta, ponía en duda esa sensación en la boca del estomago, se auto criticaba, la distancia le complicaba la existencia, le suprimía la escencia.
Estaba solo físicamente hablando, en esa habitación solo cantaban soledades, y a su vez sentía esa presencia, esas palabras cálidas que mostraba el ordenador.
Ni los libros, ni sus teorías ni nada le podían arrancar esa sonrisa distraida, nadie ni nada podía cambiar el final de esa historia a concretar, pensó que lo bueno de la vida era sentir que todo podía pasar.
El era feliz así, y era todo lo que podía decir.
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