Un paso lento marcaba el andar del regreso a casa en la madrugada conurbanense.
La camisa desprolija, sudada de tanto movimiento caprichoso le molestaba.
No había razones para cantar el triunfo, pero tampoco para rendirse.
Las mismas cuadras de siempre se le aparecían con un toque diferente, el barrio dormía y no se enteraba de los llantos,
de los corazones rebeldes ni de las penas de amor.
Al tipo no le importaba tardar, estaba ahí, en medio del bulevar con ganas de putear, de quejarse, de preguntarse millones de veces por qué no.
Inseguridad de mierda, pensó.
y se rió a la sombra de la noche, un poco ansioso, copeteado y triste.
La tristeza pibe, tiene sus momentos. Te levantas al mediodía con esa pesadumbre particular, dominguera.
Te miras al espejo y vuelven las preguntas, los lamentos, no te gustas nada y ya no crees en nadie.
Pero cuando va cayendo la tarde, justo antes del corso y siempre después de ensayar te descubrís de nuevo.
Te tiras en la cama y dibujas el techo con la mente, le pones colores, nombres y formas.
Se te ocurre su nombre y el desfile de tus ganas no coincide con el de tu miedo, se queda muy atrás como mendigando atención y vos no te calmas.
Pero te levantas de nuevo, te decís que no hay maldad y que las posibilidades existen.
Siempre y cuando te le animes a la cuestión, de igual manera las medias tintas no son lo tuyo ,pero hay que tener cuidado no vaya hacer que te pases del reglón.
Y te bañas de esas ganas, te desafías a vos mismo y te imaginas el mundo del otro.
Que al parecer es un universo diferente, a vos no te preocupa.
Encontrás la foto en tu billetera y le sonreís de nuevo.
Ahí esta, son esos ojos y esa boca.
Te acordás de esa canción y se la cantas
"¡Loco! ¡Loco! ¡Loco!
Como un acróbata demente saltaré,
sobre el abismo de tu escote hasta sentir
que enloquecí tu corazón de libertad...
¡Ya vas a ver!"
Ya veremos que fue de esta que es tu historia, de esto que es tu sueño y que solo vos entendes.