domingo, 27 de marzo de 2011

miércoles, 9 de marzo de 2011

Castelar-Moreno

Cortazar me obligo a escalar profundo en ese montículo de ocurrencias devenidas a reflexiones en el medio del andén.
Claramente no cuento con su capacidad de descripción, pero por lo general las interpretaciones siempre me sirvieron para maniobrar el puño.
Durante todo el viaje la realidad objetiva compartida con todos los otros tripulantes se me presentaba con un tinte diferente, con una sensación parecida a cuando era muy chiquito y creía en la magia y en que todo podía suceder con solo pensarlo.
 Se me ocurrieron cosas que de tan fantásticas no entraron el el cuadro del vagón, mi cuerpo no era mio estaba ahí en el espacio con una vitalidad ajena.
No podía dejar de leer, me distraía del calor agobiante, de las miradas incomodas y de los olores no deseados.
Por un lado lo terrenal y por el otro la abstracción de un viaje paralelo.
Cuando volví en mi estaba caminando como otras tantas veces por el centro del pueblo, mecánicamente todo se me volvió nuevo.
La plaza, las calles en movimientos perdiéndose en la oscuridad y el cielo.
Mirar para arriba, fue lo mejor que pude hacer hoy.
Todos se imaginarán con qué me encontré; un centenar de ojos brillantes que me guiaban en cada paso enclenque que daba, estaba alucinado por un espectáculo   que está ahí todas las noches de toda las existencias que se te pueden ocurrir.
Me sentí chiquito y a su vez me surgió un respeto ancestral hacia tanta inmensidad que flotaba por arriba del marote.
Me dió risa y lo único que atiné a hacer fue prender un pucho y quedarme ahí suspendido frente a esta eternidad, que no entiendo, a la que no le presto atención y la que siempre esta.