El tiempo cortado en segmentos, un sonido en el parlante evocando un tango desesperado.
Se corta la figura de esos cuerpos a contraluz, no tienen noción del espacio, no les hace falta.
Recordar en esta noche es para débiles de alma, para quienes fueron presos de un pacto a oscuras en la habitación de algún conventillo.
Renombran al joven ernesto, a él y a sus ideas.
Se escapan por las grietas, se esperan en las comisuras de alguna boca clandestina.
Del movimiento preciso hacia los besos sin culpa, ellos y solo ellos ecuentran los motivos, si es que se los tiene.
El brillo de esa piel curtida con el sol, a fuerza de un trabajo a la sombra de algún campo perdido de la provincia, se tensa.
No se establecen códigos de conducta, se enactua el rol gobernado por el instinto.
Como hambre de una tarde de domingo, como el hambre que sienten tantos, motor de su travesía a esta ciudad prometedora de una estabilidad inexistente.
A la siesta solo quedan los susurros, las escapadas de un cuarto a otro, los secretos a voces y una tolerancia inexperta, cubica y de poca confianza.
No es cosa de machos pero tampoco de débiles.