miércoles, 25 de noviembre de 2009

Un Morral y el corazón.


El viaje de todos los días, la gente sumergida en el baile cotidiano, las caras de la derrota, de la alienación, el viaje en el tren.
Un cuadro completo de sumisa experiencia acumulada. Los deseos mesclados en cada globo particular del pensamiento, una gran orquesta muda y yo era parte de la escena.
Parece que en estos tiempos que corren el sentirse liviano cuesta mucho, tendemos a equilibrarnos en varios ámbitos de nuestra vida pero no siempre lo logramos.
Una de mis tácticas más simples es la de usar un morral en el cual, a no ser que tenga que ir a la Facultad, meto lo esencial: La Agenda, el atado de puchos y la billetera
Hubo una época en la que cargaba con millones de cosas innecesarias pero el objetivo es sentirse liviano.
El mundo acostumbra a saturarnos de tantas cosas dispares que es mejor andar con lo justo.
Además siempre tengo la sensación de que nunca se si voy a volver de tal o cual viaje, así que por las dudas siempre estoy listo para improvisar.
Y no por que no me guste donde vivo, tiene que ver mas con un espíritu de aventura (En este preciso momento la lluvia llegó a Moreno)
Y es ahí donde yo vivo, un lugar con un estilo particular, con los problemas que tenemos todos por pertenecer a la misma realidad pero con colores que no estoy seguro de encontrar en el epicentro de la ciudad.
Cosas del pueblo vio, caminar descalzo por las calles en las noches de verano. Saludar a los vecinos por los nombres, desfilar por la plaza sabiendo que a alguien conocido te vas a encontrar.
Es el lugar donde crecí, en donde se ven un par de estrellas y se escucha, si prestas atención, que siempre hay alguien con el radio encendido, siempre hay un ritmo flotando a lo lejos.
Supongo que todos sentimos un poco parecido a la hora de hablar del lugar donde creces, pero reconozco que me gusta vivir acá, todos saben que te podes encontrar en el oeste.
Brindo con birra por el oeste, la vida y el movimiento!

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