jueves, 10 de junio de 2010

Mar.

La orilla marcando el límite, habían llegado sin dormir para escuchar el silencio del mar un domingo a la mañana.
La Noche anterior hacia ecos entre ellos, el tacto húmedo en los pies y esa sonrisa cómplice mantenían el pacto de sus secretos más profundos.
No sabían si eso era amor, o la misma costumbre llevada a extremos que no necesitaban explicación.
Estaban ahí para los dos, conectados, no pensando en los mañanas complicados. 
Preparados para ir contracorriente, contra iglesias evangelizadoras de los deseos de todos, armados con sus propios deseos, dispuestos a no negar y a salir.

Se toman de la mano, como ofreciéndose seguridad. Se escuchan los pálpitos de cada uno como candombe esperando reventar y esa es la sensación revolucionaria que dio comienzo a su andar acompañados.

No tienen miedo, y tienen ganas, pero además se tienen ellos.
Un sol se imponía frente a los rostros de estos jóvenes cargados de ilusiones, que en menos de unas pocas horas habían madurado sin darse cuenta.
Compartir a través del arte de comunicar, lenguaje de esos cuerpos que se curtieron al son de un buen tango, de una buena batucada y de las resonantes melodías que se escuchan al sur del mundo.
No se aguantaron las ganas y solo hubo silencio.

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