
Tengo la certeza de no entenderte, de ver miles de caras del otro lado del vidrio y no encontrarte.
De jugar con los sonidos del lugar tratando de recordar esa voz, del suspiro al final de cada nueva canción que irrumpe mi tenacidad absurda y deja sin voz a la mayoría de mis delirios.
El tiempo, el tiempo que es lo único que no se puede parar, que es parte de la historia y responsable de todo principio y todo final.
Chicos que corren alrededor de esta plaza perdida en la ciudad, chicos que gritan evocando la inocencia que poco nos dura.
Chicos que por ser portadores de una imaginación ilimitada escapan a los problemas de este mundo complicado.
La estación del tren me invita a partir, a dejar el pueblo buscando lo propio en esta tierra doblada en varios recovecos que no terminamos de conocer jamás.
No hay explicación que me alcance, ni suficientes teorías y muchos menos esas profecías guardadas en el cajón de la abuela.
Yo creo en la Revolución en distintos planos de nuestra vida, y así la vivo a paso lento pero seguro, confiando a ciegas en mis hermanos que se vuelven compañeros y que en últimas instancias son los mejores amantes.
Le doy valor a cada palabra, a la expresión comprometida con los buenos mensajes, a combinar lo racional con lo instintivo y viceversa.
Compartir las ideas, desnudarnos intelectualmente frente al otro hasta agotarse, esa es una forma de demostrar, pasión por lo menos para mi, a eso me refería con un buen amante.
Siempre hay un nuevo tren al que abordar, siempre habrá un nuevo destino que construir en eso se basa la vida, aunque a primera vista no parezca, en puros viajes y amantes efímeros.
No se puede llegar a entenderlos a todos, pero de igual manera vale intentarlo.
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